Las dos caras de una misma moneda.
Anécdota número 1:
Una antigua compañera del despacho en el que trabajaba hace unos años contaba la historia de un menor que le había correspondido en el turno de oficio. Se trataba de un adolescente que, sin duda acostumbrado ya a la presencia policial y judicial e interrogado por el juez acerca de su participación en unos hechos delictivos, contestaba con un rotundo: “¿Hay huelles?” (¿hay huellas? en asturiano).
Anécdota número 2:
El detective sin nombre creado por Eduardo Mendoza respondía de esta manera a preguntas de la subinspectora Victoria Arrozales en “El enredo de la bolsa y la vida”: “¿Quien lo afirma sustancia la aseveración en pruebas concluyentes?”
Y es que en los dos casos, dependiendo de si las autoridades competentes tenían o no pruebas en su contra, confesarían unos hechos de los que (¡ojo, spoiler!) ambos eran culpables.
La traducción definitiva
Estos dos simpáticos ejemplos me sirven para ilustrar uno de los problemas a los que diariamente nos enfrentamos traductores y revisores. En las respuestas de nuestros dos personajes el contenido del mensaje es el mismo. Quieren saber si existen pruebas fehacientes que puedan implicarles. Y, sin embargo, el continente del mensaje es bien distinto. La intención de ambos era adivinar si les habían pillado con las manos en la masa. El menor lo pregunta de manera directa, sin tapujos, en definitiva sin vergüenza; por su parte, el pintoresco investigador de Mendoza lo hace con su peculiar lenguaje rimbombante. Ambos tienen un mensaje en la cabeza y lo convierten en mensaje escrito (más bien verbal) de dos maneras muy distintas.
Trasladada la cuestión a un proceso de traducción, ocurre en ocasiones que el mismo mensaje se puede traducir de maneras distintas. Bueno, quizás la expresión “en ocasiones” no sea la más apropiada en este caso. De hecho hay tantas traducciones como traductores participantes. Y ante todas esas traducciones, ¿cuál de ellas es la correcta? Podríamos decir que casi todas. Podríamos decir que casi ninguna. Depende.
Depende del formato de texto. Depende de la longitud del documento. Depende del destinatario de la traducción. Depende del día que haya tenido el traductor. Depende del grado de injerencia del revisor.
Por eso nunca podemos hablar de traducción correcta. Siempre tenemos que hablar de traducción definitiva.