Decirlo ahora casi resulta extravagante, pero en mi infancia y adolescencia me harté de leer novelas de Julio Verne. Todas aquellas historias que transcurrían casi siempre en lugares remotos excitaron la fantasía de muchas generaciones de muchachos de mente aventurera; aunque probablemente la mía fuera la última, porque las sucesivas quintas juveniles han desterrado casi absolutamente al escritor francés. Ellos se lo pierden. Pero, a lo que vamos, las novelas de Verne, como decimos, se situaban con mucha frecuencia en lugares lejanísimos, tierras donde se hablaban idiomas endiablados. Lo cual a menudo provocaba en las historias de nuestro escritor cierta clase de conflictos idiomáticos y problemas de traducción. Son innumerables las situaciones de este tipo que se producen en Verne, pero por no extendernos demasiado, vamos a contar sólo tres, en orden creciente de espectacularidad.
Anécdotas de traducción y conflictos idiomáticos en las historias de Julio Verne
La primera la encontramos en Las aventuras del capitán Hatteras. Nos situamos. El barco de los protagonistas, que parte de Inglaterra para llegar hasta el Polo Norte, arriba a las costas de Groenlandia. El problema es el idioma, ¿quién puede comunicarse con los nativos groenlandeses? Y Verne ofrece una respuesta que me encanta:
“Foker, intérprete de la expedición, manejaba unas veinte palabras de la lengua groenlandesa, y con eso se puede hacer algo, siempre y cuando uno no sea demasiado ambicioso”.
Reconozco que se trata de una de esas frases de novela que se meten en la cabeza y que se recuerdan durante muchos años y, que, a la vez se convierten en afirmaciones muy misteriosas. Porque, ¿cuáles eran esas veinte palabras? ¿Qué se puede decir con un vocabulario tan reducido? A decir verdad, desde entonces, cuando le echo ojo a algún manual de idioma extranjero trato de aprenderme exactamente veinte palabras de entrada; si Foker podía comunicarse con una veintena de vocablos, no veo por qué razón no puedo hacer yo lo mismo. En todo caso, ya lo digo, es para mi gusto una de las frases más intrigantes de toda la literatura universal.
El siguiente recuerdo traductor de Verne es quizás uno de los momentos más divertidos de su obra. Se trata de Los hijos del Capitán Grant, que ha sido llamada a menudo “la novela geográfica”, ya que sus héroes dan la vuelta al mundo siguiendo el paralelo 37 buscando a unos náufragos escoceses. Yo la llamaría también la “novela lingüística y de la traducción” ya que el núcleo del argumento es el desciframiento de un mensaje lanzado por los náufragos al mar. El problema es que el mensaje se había escrito en tres idiomas (francés, inglés, alemán), algunas partes habían sido borradas por el agua con lo que los textos están incompletos, y las diferencias entre los tres idiomas hacen que la interpretación del mensaje sea realmente complicada. Pues bien, en uno de los capítulos, los personajes de la obra llegan a América del Sur. Se han de lanzar por la Pampa argentina, pero necesitan un intérprete de español que se entienda con los nativos. Uno de los protagonistas, el impagable Jacques Paganel, hombre de excepcional inteligencia y sabiduría, se ofrece para aprender español, y durante un par de meses apenas sale de su camarote encerrado con un libro escrito en la lengua de Cervantes. Sin embargo, cuando llega a Argentina y deambula por la Pampa, descubre que nadie le entiende cuando habla español, al final, Paganel descubre… Dejemos que sea Verne quien nos diga lo que descubre, pues no me resisto a copiar el fragmento:
“-Que me ahorquen si entiendo esta jerga infernal. Estoy seguro de que ese hombre habla araucano.
-No, seguro que es español -dijo Glenarvan. Y volviéndose al indígena, le preguntó:
-¿Español.
– Sí. (…)
-¡Oh! -gritó el sabio- exageran demasiado mis distracciones; no le comprendo sencillamente porque este indígena habla mal el español.
-Es decir, que habla mal porque no lo entiende usted. -replicó el mayor con gran tranquilidad.
-Mayor -dijo Glenarvan- creo que su suposición no es admisible. Por distraído que sea nuestro amigo no podemos suponer que haya aprendido un idioma por otro.
-Entonces, que me expliquen qué pasa.
-No explico -dijo Paganel-, demuestro. Aquí está el libro que usé diariamente para vencer las dificultades del español. Verán si me equivoco.
Registró Paganel sus numerosos bolsillos y sacó un libro bastante arruinado que presentó con aire de triunfo. El mayor lo tomó y preguntó qué obra era.
-Os Lusiadas, una admirable epopeya.
– ¡Os Lusiadas! -exclamó Glenarvan.
-Sí, sí, mi amigo, Os Lusiadas, del gran Camoens, ni más ni menos.
– ¡Camoens! -repitió Glenarvan- ¡Pero, desdichado amigo, Camoens es portugués y hace dos meses que está aprendiendo ese idioma!
Paganel quedó muy confundido, pero en seguida reaccionó con una gran carcajada.”
¡Paganel! ¡El increíble Paganel había estado aprendiendo portugués cuando creía que estaba haciéndolo con el español! Para mí gusto, uno de los momentos más divertidos de la literatura universal.
El tercer momentazo que hemos elegido no es quizás tan conocido, ya que pertenece a una de las novelas menos famosas de Verne. Hablo de Agencia Thompson y Cia. El argumento es el siguiente. Dos agencias de viajes organizan un crucero de vacaciones por los archipiélagos de las Azores, Madeira y Canarias. Tras una guerra de precios entre las dos empresas, sólo queda una de ellas, la agencia Thompson y Cia. En la propaganda de ésta, se afirma que poseen un intérprete que conoce “todas las lenguas del mundo”. Tan exagerada afirmación pone al joven traductor – que además es el protagonista de la novela – en algunas incómodas situaciones, ya que él “sólo” domina español, portugués, francés e inglés. El señor Thompson, gerente de la empresa justifica el hecho diciendo que su intérprete habla “todas las lenguas…útiles”. En todo caso, las escenas más divertidas se producen con un personaje holandés, el señor Van Piperboom, que se queja constantemente de que no puede hablar su lengua con nadie. Veamos un entretenido fragmento:
“Los pasajeros iban formando círculo alrededor de los dos contendientes. Algunas sonrisas se dibujaban y retozaban en sus labios.
–Pero, ¿es esto culpa mía? –exclamó Thompson, tomando al cielo por testigo… –¿Qué…? ¿Cómo…? Que el programa, dice usted, anuncia un intérprete de todos los idiomas… Sí. sí; esto es; ahí está escrito con todas sus letras… ¡Y bien…! ¿Tiene alguno que quejarse por este motivo?
Y Thompson miró en torno suyo con aire triunfal.
–¡No…! ¡Nadie se queja…! ¡Nadie más que usted…! ¡Sí, señor, sí…! ¡Todos los idiomas, todos… menos, naturalmente, el holandés…! ¡El holandés…! ¡Bah, eso no es un idioma…! Eso es un dialecto, un patois cuanto más, caballero…, yo me atrevo a afirmarlo… ¡Cuando un holandés quiere ser comprendido, sépalo usted de una vez para siempre, señor mío; cuando un holandés quiere ser comprendido…, no le resta más que quedarse en su casa!
Una estrepitosa aunque poco caritativa carcajada corrió entre los pasajeros…”
Como ven, para Julio Verne, una buena traducción era un problema. Y, en realidad, tampoco nos debería extrañar. Después de todo, fue el autor más traducido del mundo durante el siglo XIX y buena parte del XX. Así se entiende.